domingo, agosto 31, 2008

PASEO POR EUROPA

Viniendo desde Madrid, llego a Viena, me encuentro con París y luego, doblando a la derecha, paso por Bruselas, Roma, Lisboa
¿Delirios provocados por la sobreoxigenación producida por los millares de árboles de este barrio?
¡No!, en Versalles es posible recorrer varias capitales europeas sólo saliendo a caminar unas pocas cuadras.
Otro de los lujos que podemos darnos los vecinos de Versalles.

sábado, agosto 30, 2008

VOLVAMOS A HACER HISTORIA


Un agradecimiento a Tito, vecino de nuestro querido barrio de Versalles, que gentilmente hizo este valioso aporte haciéndome llegar la foto de sus tíos.

Corría el año 1945 y esta sonriente pareja estaba feliz pues había comprado su casita -en Arregui y Gral. Paz.

Acá agrego un fragmento de la carta de Tito, que explica las cosas mejor que yo:

"EFECTIVAMENTE SON TIOS POLITICOS MIOS PERO LA CASITA DE ESTA FOTO, NO ES LA CASITA DE LOS VIEJOS COMO EL TANGO, SINO LA CASITA DE LOS CUIDADORES O JARDINEROS DE LA AVENIDA GENERAL PAZ EN EL CRUCE DE FRAGUEIRO. PARECIAN CASITAS DE WALT DISNEY Y LAS HABIAN PUESTO CONFORME AL DISEÑO DEL INGENIERO PALAZZO, ALREDEDOR DE 1935. EN LAS CERCANIAS DE LA CASITA -CON PERMISO DE LA SEÑORA QUE LA OCUPABA- HABIA UN CEMENTERIO DE PERROS DONDE LOS VECINOS DEJABAN SUS PICHICHOS QUERIDOS, AHORA YO TENGO EN MI CASA UN PEQUEÑO LUGAR PARA LOS GATOS Y PERROS QUE NOS ACOMPAÑARON "

¡Gracias Tito!

PRISIONES


La inseguridad que invade a la bendita Ciudad de Buenos Aires, provocó que el barrio de Versalles –“mi” lugar por nacimiento y por elección-, se fuera llenando de rejas, cerrando jardines, ventanas, balcones. Todo hueco -sospechoso de permitir el acceso a indeseables- está enrejado. Me siento presa en mi propia casa; los sistemas de alarmas y tanto hierro forjado cubriendo las aberturas no evitan que el miedo pase y se quede conmigo.
Han cambiado las costumbres, ya nadie sale –con la silla- a la vereda para tomar fresco y charlar con la gente que pasa; teniendo como resultado que no sabemos quiénes son nuestros vecinos, llegando al extremo de no conocer ni sus caras.
Ya no hacemos las compras en los pequeños negocios, como la panadería o el almacén, donde –mientras esperábamos que nos atiendan- podíamos encontrar caras conocidas, intercambiar saludos y hablar de algo; ahora vamos al supermercado o al centro de compras, somos simplemente uno más que pasa, la señoraquemiralavidriera, el señorquenosécómosellama.
¿Qué fue de Carlos Gómez, Roberto Chiezza, Norma Alvarez, Liliana Russo, las personas con nombre y apellido que, desde la esquina, levantaban su mano para saludarnos?, para verlos pasar y responder su amistoso gesto, deberíamos estar –despreocupados- en nuestra vereda, mirando caer las hojas de los árboles de la cuadra. Nuestras identidades quedaron atrapadas tras las rejas que nos protegen del afuera y todas sus acechanzas.
Los históricos cines de barrio se convirtieron en playas de estacionamiento o cualquier otra cosa nada cultural; fueron reemplazados por coquetas salitas –donde está permitido ver películas, comer y beber- distribuidas en lujosos “shoppings” que ofrecen estacionamiento vigilado, seguridad privada en todas las dependencias. Crean –en medio de toda la paranoia en que vivimos- algo así como una “isla segura” y, obviamente, la elegimos.
Siento que perdimos terreno, que fuimos cediéndolo y nos corrimos a la zona supuestamente segura –como los hermanos de “Casa tomada” de Cortazar-; deberíamos volver a las costumbres antiguas, ocupar los lugares que dejamos vacíos, antes de que los tomen otros.
Hoy vine al cine, al shopping por supuesto. Después de la película, me siento a tomar un café en uno de los tantos barcitos que se encuentran dentro de la “isla segura”. Este bar está en un enorme salón con grandísimos tragaluces a ambos lados; por el cristal de mi derecha se ve la playa de estacionamiento, a mi izquierda se pueden ver las casas de la manzana de enfrente, como son casas bajas y yo estoy en un tercer nivel, puedo ver las terrazas, la ropa colgada, algún perro, macetas y, en la siguiente manzana... los pabellones de la cárcel.
Me siento mal, a pesar de lo espacioso del lugar, me ahogo, estoy presa, tras las rejas, vigilada, con miedo, cediendo espacios que antes eran míos. Yo veo la cárcel, los presos ven mi prisión: el “Shopping”, este cubo sin ventanas, hasta el aire es de mentira aquí.